Tenemos una historia que contarte…
We
have a story to tell...
(Please
read this story below the Spanish version)
“La alegría es un trabajo interior”
“Un viaje que cambió
la vida y le abrió los ojos a una adolescente estadounidense a la belleza y la
lucha de una tierra lejana... y al secreto universal de la verdadera felicidad”.
Recientemente, se me dio una oportunidad increíble: la
oportunidad de unirme a mi madre en un viaje a las zonas rurales de Kenia.
Cuando me preguntaron si quería hacer este viaje hace un par
de meses, yo no sabía mucho sobre él, o qué esperar. Sólo sabía que íbamos en
representación del Instituto Proctor - Gallagher,
y que íbamos a estar observando el progreso que la “Unstoppable Foundation” (Algo así como la Fundación imparable) ha
hecho en la construcción de escuelas y comunidades sostenibles con los recursos
que el Instituto Proctor - Gallagher
ha contribuido.
"Claro",
pensé. "¿Por qué no?"
Sonaba como una aventura divertida, algo nuevo y diferente.
Pronto me di cuenta que iba a ser mucho, mucho más que eso.
Al final de mi primer día, yo sabía que esto iba a ser una experiencia que me
cambiaría para siempre.
Unos momentos después de descender en la pista de aterrizaje
en Narok, Kenia, fuimos recibidos por James, un guerrero masai. Con su sonrisa
radiante y cálida bienvenida, me cayó bien de inmediato. Llegamos al campamento
y nos recibieron con cantos y más caras sonrientes. De hecho, las caras
sonrientes fueron una constante durante todo el viaje.
El campamento en el que nos alojamos está dirigido por “Me to We / Free the Children”. Empezamos
y terminamos nuestros días en el campamento con los miembros de las tribus
locales Masai y Kipsigi que nos ayudan con todo. Lo que noté en el campamento
era la misma cosa que noté de inmediato en las escuelas: estas personas están
100% presentes cuando están contigo. No teníamos Internet ni servicio celular y
teníamos electricidad sólo una hora en la mañana y dos horas por la noche. Mi
madre y yo apagamos nuestros teléfonos celulares y computadoras y no los
tocamos otra vez hasta nuestro regreso. Creo que esto nos hizo más presentes
también.
Terminábamos cada día reuniéndonos con el grupo y
compartiendo lo más sobresaliente de nuestro día. Este fue un reto para mí al
principio, ya que era la única que no era adulto. Pero era tan interesante
escuchar a todos, realmente abren sus corazones el uno al otro y aprender de la
forma en que se vieron afectados por las cosas que habían observado ese día. No
pasó mucho tiempo antes de que estuviera dispuesta a participar.
En el camino hacia nuestra primera visita a la escuela,
pasamos mucha, mucha gente que caminaba descalza con diferentes cargas sobre
sus espaldas o cabezas, y los niños caminaban con su ropa rasgada pastoreando vacas.
El trabajo al que se dedicaban se veía difícil y agotador, sin embargo, cada
persona que pasamos volteaba con una sonrisa brillante y una ola energética.
Nos encontramos en esta primera escuela con grandes grupos de niños que se acercaron
confiadamente a mí alrededor, abrazándome, sonriéndome, sosteniendo mi mano,
haciéndome preguntas, y riendo. Tuve la oportunidad de conectarme con estos
niños con facilidad; les encantaba tomarse una foto y luego verla en la
pantalla.
Después de la visita, mis mejillas me dolían de tanto reír.
Nunca había experimentado de tan espontanea alegría.
Era fácil sentirse mal por lo poco que tienen estos niños.
Ellos carecen de muchos de los requerimientos más básicos - las cosas que
nosotros en Occidente damos por sentado, como agua potable corriente y
electricidad. Estar en este viaje me dio una nueva apreciación de lo que tengo,
y lo fácil que mi vida es en comparación con la vida de tantos otros, no sólo
en Kenia, sino en todo el mundo.
Sin embargo, también era imposible no darse cuenta de su
gozo y alegría a pesar de sus circunstancias. Me hizo darme cuenta que la alegría
es un trabajo interior. No necesitas un teléfono de lujo o el coche más nuevo o
la ropa de última moda para ser feliz. Rodearse de la gente que te importa,
disfrutando y celebrando los momentos cotidianos, esto es el verdadero secreto
de la felicidad, y la mejor manera de vivir tu vida.
Este viaje también agitó una pasión dentro de mí que no
sabía que existía. Observando y escuchando al equipo Unstoppable y a los facilitadores de Free the Children hablar de su trabajo y sus metas, me abrieron los
ojos a la posibilidad de trabajar en los países en desarrollo algún día, para
ayudar a asegurar las condiciones de vida seguras y saludables que todos los
seres humanos merecen.
Hoy ya de regreso en casa, en los Estados Unidos, mis
pensamientos están llenos de recuerdos de nuestro viaje. Todavía puedo oír la
risa, ver las sonrisas desinhibidas y sentir los abrazos que recibí de extraños
al darme la bienvenida a su comunidad y su mundo. Son momentos que nunca
olvidaré. Estoy tan agradecida de haber ido en este viaje, y sé que sin lugar a
dudas será sólo mi primera de muchas visitas a esta hermosa tierra y su gente. He
sido tocada para siempre.
Emma Combs
Emma Combs es una jovencita de Sitka,
Alaska. A ella le encanta el ballet, el senderismo, y pasar tiempo con sus
amigos y familiares, entre ellos su labrador negro, Bella.
Adaptación al Español:
Graciela Sepúlveda y Andrés Bermea
Here
the English version…
“Joy is an
Inside Job”
“A
life-changing trip opens a U.S. teen’s eyes to the beauty and struggles of a
far-off land... and the universal secret to true happiness”
Recently, I
was given an amazing opportunity: the chance to join my mom on a trip to rural
Kenya.
When I was
asked if I wanted to take this trip a couple of months ago, I didn’t know much
about it, or what to expect. I only knew we were representing the Proctor
Gallagher Institute, and that we would be observing the progress the
Unstoppable Foundation has made toward building schools and sustainable
communities with the resources the Proctor Gallagher Institute has been
contributing.
“Sure,” I thought. “Why not?” It sounded like a fun adventure, something new and
different.
I soon
realized it was going to be much, much more than that. By the end of my first
day, I knew that this was going to be an experience that would change me
forever.
Within
moments of landing at the airstrip in Narok, Kenya, we were greeted by James, a
Maasai Warrior. With his beaming smile
and warm welcome, I liked him right away. We arrived in camp and were met with
singing and more smiling faces. In fact, smiling faces were a constant theme
throughout the trip.
The camp we
stayed at is run by Me to We/Free the
Children. We would begin and end our days at camp with local Maasai and
Kipsigi tribe members assisting us with everything. What I noticed at the camp
was the same thing I noticed right away at the schools: these people are 100%
present when they are with you. We were without Internet or cell service and
had electricity for only an hour in the morning and two hours at night. My mom
and I turned off our phones and computers and didn’t touch them again until our
departure. I think this made us more present as well.
We ended
each day by gathering together with the group and sharing the highlight of our
day. This was a challenge for me at first, since I was the only non-adult. But
it was so interesting to hear everyone truly open their hearts to each other
and learn how they were affected by the things they had observed that day. It
wasn’t long before I was ready to join in.
On the way
to our first school visit, we passed lots and lots of people walking barefoot
with loads on their backs or heads, and children walking in torn clothing
herding cows. The work they were engaged in looked difficult and tiring, yet
every person we passed turned with a bright smile and energetic wave. We were
met at this first school by large groups of children that gathered confidently
around me, hugging, smiling, holding my hand, asking me questions, and
laughing. I was able to connect with these kids with ease; they loved to have
their photo taken and then see it on the screen.
After the
visit, my cheeks ached from smiling so much. I have never experienced so much
unfiltered joy.
It was easy
to feel bad about how little these kids have. They lack many of the most basic
necessities -- things that we in the West take for granted, like clean running
water and electricity. Being on this trip gave me a new appreciation for what I
have, and how easy my life is in comparison to the lives of so many others, not
just in Kenya, but around the world.
Yet it was
also impossible not to notice their joy and playfulness in spite of their
circumstances. It made me realize that joy is an inside job. You don’t need a
fancy phone or the newest car or the latest clothes to be happy. Surrounding
yourself with people you care about, enjoying and celebrating everyday
moments—that is the real secret to happiness, and the best way to live your
life.
This trip
also stirred a passion inside of me that I didn’t know existed. Watching and
listening to the Unstoppable team and
the facilitators at Free the Children
talk about their work and goals opened my eyes to the possibility of working in
developing countries myself someday, to help secure the safe and healthy living
standards that all human beings deserve.
Today, back
home in the U.S., my thoughts are filled with memories of our journey. I can
still hear the laughter, see the uninhibited smiles and feel the hugs I
received from strangers welcoming me into their community and world. These are
moments I will never forget. I am so grateful to have gone on this trip, and I
know without a doubt that it was only my first of many visits to this beautiful
land and its people. I have been touched forever.
Emma Combs
Emma Combs
is a 15-year-old from Sitka, Alaska. She loves ballet, hiking, and spending
time with her friends and family, including her black lab, Bella.