Tenemos una historia
que contarte…
We have a story to
tell...
(Please read this story
below the Spanish version)
Elegí reír
Me desperté por el
timbre del teléfono a las 11:35 p.m., a tientas busqué el auricular al lado de
mi cama. ¿Quién iba a llamar a estas horas de la noche?
"Hola", murmuré, con mi cerebro funcionando a duras penas.
"Mamá, no estoy en la cárcel". La voz en el otro extremo era de mi hija de 21 años,
Rachel.
"¿Qué?" Mi corazón empezó a acelerarse y mi imaginación
se fue volando junto conmigo. Es increíble lo rápido que aquellas palabras me despertaron
completamente.
"No estoy en la cárcel", mi hija continuó. "Estoy bien. Es mi coche."
"¿Qué sucede?" Pregunté, tratando de darle sentido a lo que
estaba oyendo.
"Mi coche fue confiscado. Como está
registrado a tu nombre, ustedes tienen que venir para poderlo sacar". Había un sentido de urgencia en su voz.
"¿A esta hora de la noche?"
Supe más temprano ese
mismo día que su coche había desaparecido. Ella supuso que había sido remolcado
por la grúa y estaba tratando de localizarlo. Ahora estaba llamando desde el lote
de autos incautados de la ciudad que cerraba a medianoche, (o eso creía yo.) Se
encuentra ubicado en la zona industrial de una ciudad de 900.000 personas. No
estoy del todo familiarizada con esa parte de la ciudad y evito ir ahí incluso
de día. ¿Viajar allí sola por la noche? Por supuesto que no.
Desperté a mi marido,
explicándole la situación. Afortunadamente su preocupación por nuestra hija le
ganó al enojo por haber sido despertado.
Después de conducir
por la autopista, terminamos nuestro camino por las oscuras calles de la zona
industrial de la ciudad. El mundo es inquietantemente silencioso a excepción de
un auto que pasaba ocasionalmente.
"Espero que algún día ella crea en las señales
que lee," Lo digo con
nostalgia. "Se estacionó en el estacionamiento
medio vacío de un edificio de apartamentos para visitar a un amigo esa mañana y
se quedó durante tres horas. Ignoró el letrero que decía “vehículos no
autorizados serán remolcados a expensas del dueño”.
Como estudiante universitaria,
Rachel tenía una inclinación por estacionarse en lugares no autorizados en la
escuela, y ya había recibido varias multas del estacionamiento. Sin embargo,
esta era su primera experiencia en que la grúa se llevara su auto.
Cuando llegamos al
lote de autos incautados, Rachel y su compañera de habitación nos estaban
esperando con muy buen estado de ánimo. De hecho, consiguió hacerme reír
también. La mujer en el escritorio nos miraba con incredulidad. No había duda
de que había visto un buen número de enfrentamientos entre padres enojados y
muchachos en situaciones similares o había tratado con los propietarios de
automóviles enojados que venían a reclamar sus coches. No cabe duda que la risa
en su oficina era una cosa muy rara.
"¿Por qué te ríes?" le pregunté.
"Era una elección entre llorar y reír", dice Rachel. "Elegí reír."
"¿Y por qué esperaste hasta las 11:30 para
recoger el coche?"
le pregunté.
Ella explicó que a
pesar de que había salido del trabajo a las 8 p.m., había elegido ver su programa
favorito de televisión a las 10 p.m., como una manera para "desestresarse", antes de que ella y su amiga fueran a
recoger su coche.
Sólo se necesitó la
licencia de conducir de mi marido como identificación, y ella fue libre de
llevar su oxidado Chevy Sprint 1991 a casa. Todavía tenía un cargo considerable
que pagar, pero ese era ahora su problema.
Cuando mi marido y yo
nos dirigíamos a casa, con un poco de sueño, pensé en otros padres que reciben
llamadas telefónicas de sus hijos a media noche y que realmente están en la cárcel,
o de la policía informándoles que su hijo había tenido un accidente, o algo peor.
En silencio, hice una oración de "gracias"
al Señor de que nuestra hija estaba a salvo.
Un coche "incautado" es una
insignificancia en comparación con otras cosas que podrían haber ocurrido. Hay
tantas cosas en la vida que son irritantes, molestas e incómodas pero que no tienen consecuencias duraderas.
Creo que la filosofía de mi hija es buena. Yo, también, elijo reír.
Janet Seever
Copyright © 2004
Madre de dos hijos
adultos, Janet Seever vive en Calgary, Alberta, Canadá. Ella escribe para la
revista Word Alive, una publicación de Wycliffe Canadá, y ha tenido
artículos publicados previamente en revistas y en Internet. Janet vive su vida
con una gran fe y todavía puede encontrar razones para reír. Puedes leer más de
sus escritos en: http://www.inscribe.org/members/janet-seever/
Publicada originalmente en Internet en Insight Of The Day de Bob Proctor
Adaptación al Español:
Graciela Sepúlveda y Andrés
Bermea
Here the English
version…
I Choose To Laugh
Awakened by the phone
ringing at 11:35 p.m., I fumble for the receiver beside my bed. Who would be
calling at this time of night?
"Hello," I
mumble, my brain barely functioning.
"Mom, I'm not in
jail." The voice at the other end belongs to my 21-year-old daughter,
Rachel.
"What?" My
heart is beginning to race and my imagination is running away with me. It's
amazing how quickly those words fully awaken me.
"I'm not actually
in jail," my daughter continues. "I'm fine. It's my car."
"What's the
matter?" I ask, trying to make sense of what I am hearing.
"My car was
impounded. I found out that since it's registered in your name, you have to be
the one to get it out." There is a sense of urgency in her voice.
"At this hour of
the night?"
I knew earlier in the
day that her car had been missing. She assumed it had been towed and was trying
to locate it. Now she is calling from the city impoundment lot that closed at
midnight, (or so I thought.) It's located in the industrial area of a city of
900,000 people. I'm not at all familiar with that part of the city and I avoid
it even in daylight. Travel there alone at night? Certainly not.
I awaken my husband,
explaining the situation. Fortunately his concern for our daughter wins out
over his anger at being awakened.
After driving down the
freeway, we wind our way down the darkened streets in the industrial area of
the city. The world is eerily silent except for an occasional passing car.
"I hope some day
that she will believe the signs she reads," I say wistfully. "She
parked in the half-empty parking lot of an apartment building to visit a friend
this morning and ended up staying for three hours. She ignored the sign that
said 'unauthorized vehicles will be towed at the owner's expense.'"
A university student,
Rachel had a penchant for parking in unauthorized places in the cramped lots at
school, and had already collected her share of parking tickets. However, this
is her first towing experience.
When we arrive at the
impoundment lot, Rachel and her room-mate are waiting for us and are in a good
mood. In fact, she gets me laughing too. The woman at the desk stares at us in
disbelief. No doubt she had seen a good many confrontations between angry
parents and children in similar situations - or has dealt with angry car owners
coming to claim their cars. No doubt laughter in her office is an extremely
rare thing.
"Why are you
laughing?" I ask.
"It was a choice
between crying and laughing," Rachel says. "I choose to laugh."
"And why did you
wait until 11:30 to pick up your car?" I ask.
She explains that
although she had gotten off work at 8 p.m., she had chosen to watch her
favorite T.V. program at 10 p.m. as a way to "de-stress" before she
and her friend left to pick up her car.
All it takes is my
husband's driver's license for identification, and she is free to take her 1991
Chevy Sprint rust bucket home. She still has a hefty fee to pay, but that's now
her problem.
As my husband and I
drive home, a little short of sleep, I think of other parents who get phone
calls in the night from their children - who really are in jail, or from police
reporting that their child was in an accident, or worse. I silently breathe a
prayer of "thanks" to the Lord
that our daughter is safe.
A "jailed"
car is trivial in comparison to other things that could have happened. So many
things in life are irritating, annoying, and inconvenient at the time, but are
of no lasting consequences. I think my daughter's philosophy is a good one. I,
too, choose to laugh.
Janet Seever
Copyright © 2004
The mother of two adult
children, Janet Seever lives in Calgary, Alberta, Canada. She writes for Word
Alive magazine, a publication of Wycliffe Canada, and has had articles
published previously in magazines and on the Web. Janet lives her life with a
strong faith and still can find reasons to laugh. You can read more of her
writing at: http://www.inscribe.org/members/janet-seever/
Originally published on Insight Of The Day from BobProctor
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