Tenemos una historia que contarte...
We have a story to tell...
(Please read this story below the Spanish
story)
Para el Hombre que Odiaba la Navidad
Es sólo un pequeño
sobre blanco atrapado entre las ramas de nuestro árbol de Navidad. Sin nombre,
sin identificación, sin inscripción. Se ha asomado entre las ramas de nuestro
árbol durante los últimos diez años más o menos.
Todo empezó porque
mi marido Mike odiaba la Navidad - ¡Oh!, no el verdadero significado de la
Navidad, sino los aspectos comerciales de la misma - gastos excesivos- ... la prisa
frenética de las compras de última hora, comprarle una corbata al tío Harry y
el polvo facial para la abuela - los regalos dados en la desesperación porque
no pudiste pensar en otra cosa.
A sabiendas de que
él se sentía así, decidí un año pasar
por alto las habituales camisetas, suéteres, corbatas y demás. Busqué algo
especial para Mike. La inspiración vino de una manera inusual.
Nuestro hijo Kevin,
que tenía 12 años ese año, estaba en el equipo de luchas en la categoría junior
de la escuela a la que asistía, y poco antes de Navidad, había un partido fuera
de la liga contra un equipo patrocinado por una iglesia del centro de la
ciudad. Estos jóvenes, vestidos con tenis tan rotos que parecía que los
cordones eran la única cosa que los mantenía juntos, presentaban un agudo
contraste con nuestros muchachos en sus increíbles uniformes azul y oro y
brillantes zapatos de lucha nuevos. Cuando el partido comenzó, me alarmé al ver
que el otro equipo estaba luchando sin casco, una especie de casco ligero
diseñado para proteger los oídos de un luchador.
Era un lujo que el equipo
de los otros pobres, obviamente, no se podía permitir. Bueno, terminamos dándoles
una paliza. Ganamos cada categoría de cada peso. Y cada vez que uno de los
chicos se levantaba de la lona, se ufanaba en sus andrajos frente a todos con
arrogancia, mostrando una especie de orgullo callejero incapaz de reconocer la
derrota.
Mike, sentado junto
a mí, sacudió la cabeza con tristeza: "Ojalá
hubiera ganado aunque fuera uno solo de ellos", dijo. "Ellos tienen un gran potencial, pero
perder de esta manera podría quitarles el entusiasmo." Mike amaba los
niños - a todos los niños - y los conocía pues había entrenado a las ligas
pequeñas de fútbol, béisbol y lacrosse. Fue entonces cuando la idea de su regalo
llegó. Por la tarde, fui a una tienda de artículos deportivos y compré un
surtido de cascos y tenis de lucha libre y los envié anónimamente a la iglesia
del centro de la ciudad. El día de Nochebuena puse el sobre en el árbol, la
nota dentro le decía a Mike lo que había hecho y que era su regalo de mi parte.
Su sonrisa fue la cosa más brillante de la Navidad de ese año y en años
sucesivos.
En cada Navidad, seguí
la tradición - un año enviando a un grupo de jóvenes con discapacidad mental a
un partido de hockey, otro año un cheque a un par de hermanos de edad avanzada
cuya casa se había quemado hasta los cimientos la semana antes de Navidad, y
así sucesivamente.
El sobre se
convirtió en lo más destacado de nuestra Navidad. Siempre era lo último que se
abría en la mañana de Navidad y nuestros hijos, haciendo caso omiso de sus juguetes nuevos, estaban parados con los ojos
muy abiertos esperando que su padre cogiera el sobre del árbol para revelar su
contenido.
A medida que los
niños crecían, los juguetes dieron paso a regalos más prácticos, pero el sobre
nunca perdió su atractivo. Pero la historia no termina ahí.
Verás, perdimos a
Mike el año pasado debido un temido cáncer. Cuando la Navidad llegó, yo todavía
estaba tan absorta en el dolor que apenas pude poner el árbol. Pero la víspera
de Navidad me encontré depositando un sobre en el pino, y por la mañana, se
unieron tres más.
Cada uno de
nuestros hijos, a escondidas de los demás, había depositado su sobre en el
árbol para su padre. La tradición ha ido creciendo y algún día se ampliará aún
más con nuestros nietos esperando bajar el sobre del árbol.
El Espíritu de
Mike, al igual que el Espíritu de la Navidad siempre estará con nosotros.
Nancy W. Gavin
Esta historia de la
vida real fue publicada originalmente el 14 de diciembre 1982 en la revista Woman's Day. Fue la ganadora entre miles,
del primer lugar del concurso "Mi
tradición más conmovedora de la Navidad" de la revista, un concurso en
el que a los lectores se les pide que compartan su tradición navideña favorita
y la historia detrás de ella. La historia inspiró a una familia de Atlanta,
Georgia para iniciar “El Proyecto del Sobre
Blanco y Dar 101”, una organización sin fines de lucro dedicada a educar a
los jóvenes acerca de la importancia de dar.
Publicada originalmente en Internet en Insight Of The Day de Bob Proctor
Adaptación al Español: Graciela Sepúlveda y Andrés Bermea
Here the English version…
For
The Man Who Hated Christmas
It’s just a small, white envelope stuck
among the branches of our Christmas tree. No name, no identification, no
inscription. It has peeked through the branches of our tree for the past ten
years or so.
It all began because my husband Mike
hated Christmas -oh, not the true meaning of Christmas, but the commercial
aspects of it- overspending... the frantic running around at the last minute to
get a tie for Uncle Harry and the dusting powder for Grandma - the gifts given
in desperation because you couldn’t think of anything else.
Knowing he felt this way, I decided one
year to bypass the usual shirts, sweaters, ties and so forth. I reached for
something special just for Mike. The inspiration came in an unusual way.
Our son Kevin, who was 12 that year, was
wrestling at the junior level at the school he attended; and shortly before
Christmas, there was a non-league match against a team sponsored by an inner-city
church. These youngsters, dressed in sneakers so ragged that shoestrings seemed
to be the only thing holding them together, presented a sharp contrast to our
boys in their spiffy blue and gold uniforms and sparkling new wrestling shoes.
As the match began, I was alarmed to see that the other team was wrestling
without headgear, a kind of light helmet designed to protect a wrestler’s ears.
It was a luxury the ragtag team
obviously could not afford. Well, we ended up walloping them. We took every
weight class. And as each of their boys got up from the mat, he swaggered
around in his tatters with false bravado, a kind of street pride that couldn’t
acknowledge defeat.
Mike, seated beside me, shook his head
sadly, “I wish just one of them could
have won,” he said. “They have a lot
of potential, but losing like this could take the heart right out of them.”
Mike loved kids - all kids - and he knew them, having coached little league
football, baseball and lacrosse. That’s when the idea for his present came.
That afternoon, I went to a local sporting goods store and bought an assortment
of wrestling headgear and shoes and sent them anonymously to the inner-city
church.
On Christmas Eve, I placed the envelope
on the tree, the note inside telling Mike what I had done and that this was his
gift from me. His smile was the brightest thing about Christmas that year and
in succeeding years.
For each Christmas, I followed the
tradition--one year sending a group of mentally handicapped youngsters to a
hockey game, another year a check to a pair of elderly brothers whose home had
burned to the ground the week before Christmas, and on and on.
The envelope became the highlight of our
Christmas. It was always the last thing opened on Christmas morning and our
children, ignoring their new toys, would stand with wide-eyed anticipation as
their dad lifted the envelope from the tree to reveal its contents.
As the children grew, the toys gave way
to more practical presents, but the envelope never lost its allure. The story
doesn’t end there.
You see, we lost Mike last year due to
dreaded cancer. When Christmas rolled around, I was still so wrapped in grief
that I barely got the tree up. But Christmas Eve found me placing an envelope
on the tree, and in the morning, it was joined by three more.
Each of our children, unbeknownst to the
others, had placed an envelope on the tree for their dad. The tradition has
grown and someday will expand even further with our grandchildren standing to
take down the envelope.
Mike’s spirit, like the Christmas spirit
will always be with us.
Nancy W. Gavin
This true story was originally published
in the December 14, 1982 issue of Woman's Day magazine. It was the first place
winner out of thousands of entries in the magazine's "My Most Moving Holiday Tradition" contest in which
readers were asked to share their favorite holiday tradition and the story
behind it. The story inspired a family from Atlanta, Georgia to start The White Envelope Project and Giving 101, a non profit
organization dedicated to educating youth about the importance of giving.
Originally published on Insight Of The Day from Bob Proctor
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